Se celebran 100 años de su nacimiento. Semblanza de un personaje que dejó huella en el país.
Belisario Betancur fue un hombre auténtico en su esencia, estadista de cultura profunda y, en fin, humanista universal que amó la lengua española y la latinidad. El proceso de construcción y de superación personal de Belisario Betancur constituye un referente obligado, pues da testimonio de una fuerza de voluntad y un tesón poco usuales, en particular en estos tiempos, ya que le acompañaba el deseo de seguir adelante por encima, incluso a través, de todas las vicisitudes que se cruzaran en su camino.
Su origen, comenzando por su nombre, pues lleva el nombre del general más famoso de la historia del Imperio bizantino, que según algunas leyendas apócrifas terminó ciego por orden del emperador Justiniano, está unida a la lectura, pues su padre, como él mismo contaba, sacó el nombre Belisario de alguna lectura de aquella época y bautizó así a su primogénito, que al morir muy niño dejó vacante el nombre y su padre se lo puso al nuevo varón que arribó a la familia. Así pues, llevar el nombre de un aguerrido general lo preparó para enfrentar la batalla de la vida en Colombia.
Se consideraba hijo de la arriería y en alguna entrevista contaba que gracias a esos viajes junto a su padre y sus amigos, por los caminos de Antioquia, descubrió y se enamoró de la literatura. Fue en aquellos viajes de trashumancia donde se puso en contacto con la tradición oral de sus mayores, y siempre conservó aquella alegría innata de los arrieros. Hasta el último de sus días siguió amando el sabor a nostalgia de las pequeñas poblaciones, como lo demuestran tanto su obra Declaración de amor: del modo de ser antioqueño, como el hecho de que escogió Barichara para pasar gran parte de sus últimos años.
No es posible dejar de lado las palabras que pronunció en la Asamblea de Naciones Unidas: “No soy un tecnócrata —digo con nostalgia—, sino un viejo profesor universitario que le vio de cerca la cara al hambre, que durmió en parques e hizo toda clase de oficios por sobrevivir. Soy, pues, hijo del subdesarrollo y sobreviviente de esa grave enfermedad que es el atraso. Conozco, por personal experiencia, alegrías y tristezas de esa rama de la estirpe humana, la más extensa, la más sufrida y tal vez universalmente la más sabia. Con esa sabiduría he hablado ante este estremecedor auditorio; sin signos mesiánicos lo he hecho ni otra pretensión que haber llegado a presidente de mi patria por el voto libre de mi gente humilde, cuyo lenguaje claro, rotundo y franco les he hablado”.
“Que cuando me vean por la calle digan: ahí va Belisario, fue el presidente de la paz”.
No en vano, citando al poeta Eduardo Carranza, el propio Belisario repitió muchas veces, a lo largo y ancho de nuestra geografía: “Si me rompieran las venas brotaría a borbotones el nombre de Colombia”. Fue ajeno a todo sectarismo, y el único sectarismo que lo acompañó, como solía decirlo, fue por Colombia. En alguna ocasión, Betancur señaló: “La tarea infatigable que es la existencia, si queremos darle latido e ímpetu de superación, nos convoca a todos en torno a la patria. Los colombianos tenemos ante los ojos dos imágenes antagónicas, una de las cuales prevalecerá, la que nosotros mismos escojamos: la patria del derecho, la de la reflexión, la de la justicia, la patria común de la reconciliación que marcha en la derechura a la historia, y la patria en guerra, la de odio, la de injusticia, la patria en despojos que camina vendada hacia su propia destrucción”. Belisario Betancur dejó muchas enseñanzas. Su mandato, como él señalaba siempre, estuvo signado por ser un mandato de calle, plaza, intemperie y democracia. Qué importante sería consultar su legado en los actuales tiempos.
Gracias a los libros que fueron su gran pasión, a los que denominaba sus mejores amigos, y a su intensa labor intelectual, ocupó importantes cargos en distintas organizaciones culturales y políticas nacionales e internacionales y se hizo merecedor de varios galardones internacionales y doctorado honoris causa en diferentes universidades del mundo. Testimonio de su huella indeleble, fue la campaña Camina. Mención especial merece la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad), que aún perdura y fue pionera de la educación virtual. Ocupó el alto patronato de la Corporación para el Desarrollo del Pensamiento Complejo (Complexux), con los filósofos Edgar Morin y Fernando Savater. Fue amigo personal de Gabriel García Márquez, José Saramago, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, y de los maestros Fernando Botero, Alejando Obregón y Enrique Grau; así, como de importantes escritores, poetas y representantes de la expresión grafico-plástica en Colombia, es decir, muchos grandes que compartían sus mismas obsesiones.
Cuando en alguna oportunidad Fernando Barrero, su jefe de prensa en Palacio, le preguntó cómo quería que lo recordaran cuando terminara su gobierno, su respuesta no se hizo esperar: “Que cuando me vean por la calle digan: ahí va Belisario, fue el presidente de la paz”. Al igual que su admirado Alberto Lleras, Betancur renunció a los honores funerarios que reciben los expresidentes de la República y pidió, como su última voluntad, ser velado en las instalaciones de la Academia Colombiana de la Lengua.
Según Heráclito, el recuerdo es siempre una suscitación, gozne del infinito, bañado de fugacidad. Con Betancur evoco a Borges cuando, con simplicidad profunda, expresó: “Muerto el hombre, la perdurable voz sigue cantando y conmoviendo”.
MARCO ANTONIO VELILLA MORENO
Abogado y escritor.