Un Gobierno no se defiende deslegitimando a quien no piensa igual

El presidente Gustavo Petro tiene todo el derecho de defender sus ideas, reformas y proyecto político. Eso no está en duda. Lo que no parecen reconocer el mandatario y sus seguidores de Twitter es que hay herramientas institucionales para hacer esa defensa y que la manera de controvertir desde su investidura de poder no es saliendo a cuestionar a los medios de comunicación, tildándonos de ser el “establecimiento” (por cierto, ¿tener la Presidencia y la mayoría en el Congreso no lo convierte a él en el “establecimiento”?). Cuando el presidente Petro se defiende dejando la idea de que hay un “ellos” contra “nosotros”, al mejor estilo de Donald Trump, le hace daño a la democracia. Gana popularidad él, claro, pero pierde el país.

No se trata, es necesario aclararlo, de hacer aquí una defensa sin reparos a la labor de los medios de comunicación. Es claro que estos tienen, tenemos, un poder; también es evidente que cometemos errores y en ocasiones las críticas que se le plantean al Gobierno merecen ser respondidas, aclaradas o puestas en contexto. El problema es cuando un mandatario usa todo su poder y popularidad para equiparar la labor del periodismo con la del activismo político, graduar a todos quienes ejercen el oficio de hacer parte del “establecimiento” o descalificar a todo aquel que señale lo que preocupa sobre su mandato. Sabemos, por la experiencia de Estados Unidos, que las personas no se quedan con la idea de que hubo un error o una imprecisión, sino que realmente creen que existe una suerte de conspiración en contra del presidente. Las teorías conspirativas se venden fácil.

En las últimas semanas, hemos visto crecer la tentación de dar muestras del poderío presidencial. El petrismo ya convocó una marcha para el 14 de febrero y en las voces de sus líderes hay un claro ejercicio de poder. El mensaje es que el país votó por su proyecto y que cualquier crítica se tiene que chocar con ese mandato popular. Así no se gobierna en una democracia. El presidente lo sabe muy bien. Empero, ante la falta de gobernabilidad que parece empezar a surgir, su retórica se ha venido recalentando y radicalizando.

Necesitamos mejores debates nacionales. Colombia no puede reducir su conversación a las dinámicas de Twitter, que favorecen el aplastar al contrario más que reconocerlo. Ver “enemigos” en todas partes genera réditos políticos, pero afecta la salud mental nacional y daña la institucionalidad. Es verdad que la oposición al Gobierno ha adoptado tácticas rastreras en varias ocasiones, pero el mandatario de todos los colombianos está obligado a ponerse por encima de eso. Aquí sí entra el aspecto colectivo del cargo de presidente de la República: Gustavo Petro nos representa a todos los colombianos, no solo a quienes votaron por él. ¿O tan rápido ha abandonado el presidente su idea de unir a las dos Colombias?

Es año electoral y es entendible que el país esté en tensión máxima, tanto más con una agenda de cambio tan ambiciosa como la que se ha propuesto. Pero en esos procesos no podemos abandonar la protección de la democracia y entender el poder que ostenta el presidente junto con las responsabilidades que ello trae. Si se estigmatiza al periodismo, el oficio se torna peligroso y se promueve el silencio al disenso y el control.

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Author: editor

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