Abogar por las carreras

El futuro de la humanidad deberá enfocar su sentido por fuera de la utilidad laboral.

El mundo está cambiando rápidamente con la inmersión de la tecnología en la educación y en los espacios laborales. Las universidades, por un lado, han podido adaptar sus programas para que sean más cortos o completamente virtuales. Mientras que las empresas han sabido adaptarse y han dejado de exigir, para ciertos cargos de tecnología, carreras, especializaciones o maestrías, pues reconocen que un joven con un curso de programación basta para cumplir con los objetivos.

La necesidad de producir, las bajas exigencias del mundo laboral y las múltiples posibilidades en el mercado nos han llevado a los jóvenes a desear rapidez en nuestra formación o a despreciarla totalmente. Por este motivo, el semestre pasado las universidades privadas del país tuvieron alzas importantes en las matrículas, previendo la inflación que en estos días azota al país, pero preocupadas en mayor parte por la falta de motivación de los jóvenes a estudiar una carrera.

Nuestros abuelos entendían el logro universitario como un privilegio al que no muchos podían acceder. Nuestros padres lo apropiaron como una necesidad imperativa y se embarcaron en la idea de que tenían que hacerlo prácticamente toda su vida, mientras trabajaban, para poder tener salarios decentes, puestos de poder, libertad económica y temporal. Sin embargo, el mercado para nosotros ha cambiado.

No es que todos queramos ser ‘youtubers’ o ‘tiktokers’, poco tiene que ver con eso. El mercado nos ha vendido la idea de que saber programar nos da los beneficios económicos inmediatos que requerimos para cumplir nuestras expectativas de vida que, ciertamente, están fuera de una oficina. Pero esto solamente nos está acercando a nuestra obsolescencia y, peor aún, está alimentando nuestros cuestionamientos constantes frente a la carencia de un sentido de vida. Lo cual no es del todo negativo si pensamos en que el futuro de la humanidad deberá enfocar dicho sentido por fuera de la utilidad laboral, pero que en un mundo en transición nos cuesta nuestra salud mental.

De hecho, en medio de este panorama, considero que es importante recordar por qué se estudia una carrera universitaria o cuál es su finalidad. Al cursar mi especialización muchas veces nos preguntamos si la tecnología iba a volver obsoleto al ser humano y los profesores decían que era prácticamente imposible que eso pasara. Hoy estarían sorprendidos de los avances de las inteligencias artificiales que escriben artículos, pintan lienzos y hablan de forma fluida con quien las manipule.

Como una persona que ha tenido el privilegio de cursar dos carreras, debo afirmar que lo importante no es saber a fondo sobre un tema en particular, ni siquiera conocer una técnica que ayude a desempeñar un trabajo puntual, todo eso es, tristemente, remplazable. Lo realmente importante es reconocer que si mi trabajo es mecánico o no tengo la oportunidad de pensar, integrar, transformar y, en últimas, de sentirme útil para mí, para la empresa y para la sociedad, estoy destinado a ser remplazado con facilidad.

Las carreras universitarias son importantes porque te enseñan a pensar. Alguna vez alguien me dijo algo que se aplica para muchas carreras y que debe ser una bandera que no deben bajar las instituciones educativas: “Uno no aprende a ser abogado en una universidad, uno aprende a pensar como abogado”.

Este ‘boom’ informático que nos ha dado libertades pronto desaparecerá, pues para nadie es un secreto que las IA son cada vez más refinadas. Las empresas habrán, finalmente, encontrado la forma de dejar de contratar profesionales y perderán también el interés en los jóvenes con cursos. Tal vez esto haga imperativo el pensarnos en una renta mínima universal para abolir el trabajo, pero presiento que aún estamos lejos de que nuestra economía lo permita.

ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR

(Lea todas las columnas de Alejandro Higuera en EL TIEMPO aquí)

Author: editor

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