Ray Bradbury, semblanza del hombre que miraba a las estrellas

A 10 años de su muerte, repasamos su testamento literario, que dejó una constelación de historias.

Ray Bradbury no era de este mundo. O, mejor dicho, su cuerpo estuvo en la tierra, pero su mente siempre fue interplanetaria.

Su pensamiento astral, cósmico y universal nos permitió viajar por la profecía de un futuro que él avizoraba e incluso temía, ya que además de peligros inminentes implicaba la advertencia de que no apreciábamos lo suficiente el presente que estábamos viviendo, sin prestarle la debida atención. Aunque, a fin de cuentas, su principal hallazgo terminó siendo nuestro planeta interior, el linaje de nuestra humanidad.

El término ciencia ficción fue acuñado en 1926 por Hugo Gernsbacher (que luego devino en Hugo Gernsback), editor y fundador de la revista Amazing Stories, un escritor luxemburgués que emigró a Estados Unidos.

Ray Bradbury no era de este mundo. O, mejor dicho, su cuerpo estuvo en la tierra, pero su mente siempre fue interplanetaria

Su proyecto consistía en actualizar las narraciones de imaginación fantástica basada en el conocimiento científico del siglo XIX, ya que las historias de H.G. Wells o Julio Verne se consideraban capaces de difundir temas de ciencia y tecnología entre lectores no especializados. Pero Gernsback quería ir más allá del puro entretenimiento y fomentar en los jóvenes el deseo de aprender sobre materias que les fueran de utilidad.

Bradbury emergió de la llamada Norteamérica profunda. Nació en 1920 en Waukegan, Illinois (parte del Medio Oeste estadounidense) en una familia de escasos recursos que solía mudarse constantemente en busca de una vida mejor. Debido a ello solo pudo terminar la secundaria y no pasó por la universidad. Por lo tanto, la formación de Ray fue autodidacta.

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Gracias a su pasión por la lectura, realizada sobre todo en bibliotecas públicas, descubrió, entre otras cosas, los cuentos publicados en las revistas pulp (género negro) de la época.

Bradbury admitía que siempre estuvo interesado más en la ficción que en la ciencia, pero, con excepción de Fahrenheit 451, su más famosa novela, le gustaba considerar sus escritos como fantásticos. En 1934, cuando tenía 14 años, su familia se mudó a California, donde finalmente empezó a echar raíces y a expandir y compartir su extraordinaria creatividad y talento.

Descubrir el universo

¿Por qué escribir sobre el futuro? En una de las tantas ediciones de sus libros se menciona en el prólogo que los escritores lo hacen por cientos de razones. Porque quieren escribir sobre mundos que aún no existen, porque es mejor mirar hacia adelante que mirar atrás, porque creen que pueden contribuir a iluminar el camino que esperamos (o tememos) que la humanidad pueda tomar. Y porque se sienten en la necesidad de prevenirnos de alguna manera, de alentarnos y de imaginar lo que vendrá.

Bradbury indagó sobre asuntos trascendentales como el avance de la tecnología, la libertad, lo complejo de las sociedades, el autoritarismo y la condición humana

A través de la fantasía y la ciencia ficción, en un universo poblado de cohetes, naves espaciales, estrellas fugaces, casas inteligentes que devoran personas y realidades distópicas, Bradbury indagó sobre asuntos trascendentales como el avance de la tecnología, la libertad, lo complejo de las sociedades, el autoritarismo y la condición humana.

Eso lo llevó a ser uno de los escritores más influyentes de su tiempo, tanto en su género como en la cultura pop del siglo XX, junto a las mentes brillantes de Isaac Asimov y Arthur C. Clarke. Sus obras inspiraron películas y series de televisión en las que también participó como guionista. Entre ellas, La dimensión desconocida, Alfred Hitchcock presenta o Los Simpson. Escribió nada menos que el guión de Moby Dick, filme que dirigió el gran John Huston.

Yo era apenas una adolescente cuando lo descubrí. Lo primero que leí fueron los cuentos incluidos en El hombre ilustrado, y al terminar el libro me puse a perseguir todo lo que había escrito. Desde entonces comprendí que no solo había sido cautivada por sus historias (que me mantenían alucinando durante días enteros) sino que se amplió mi visión del universo, ese lugar infinito, muchísimo más vasto e interesante que el que solía imaginar.

Luego vi Fahrenheit 451 (1966), la hermosa adaptación que dirigió François Truffaut, incluso antes de leer la novela. Y eso terminó de sellar mi amor por los libros y la lectura. La escena en la que Guy Montag, el personaje principal (interpretado por un inspirado Oskar Werner como el jefe de bomberos que incineraba libros) empieza a leer por primera vez a escondidas, con la curiosidad y el asombro de un niño, está entre las más emocionantes que he visto en el cine.

Ray Bradbury falleció en el 2012 en Los Ángeles, California, a los 91 años, en pleno reconocimiento de su extensa y magnífica obra. El realizador mexicano Guillermo del Toro se ha referido a él de esta manera: “Era un humanista antes que todo. Bradbury nutrió mis esperanzas juveniles, el vuelo de mi imaginación. Su alma era gentil, pero su imaginación era feroz”.

MARCELA ROBLES

El Comercio – Perú (GDA)

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Cuarentena y pandemia, la irrealidad de un mundo que predijo el escritor

“Parece de ciencia ficción”, es lo que me dijo un amigo sobre la pandemia del coronavirus. De inmediato me acordé del escritor estadounidense Ray Bradbury, conocido por escribir Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953), que Truffaut llevó al cine en los años sesenta. Pero me acordé de él más bien por El hombre ilustrado (1951).

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Un hombre se encuentra con un vagabundo, que, a lo largo de su vida, había acumulado en su cuerpo tatuajes tan reales que parecía que contaban historias. En realidad sí las contaban. Si mirabas con atención su espalda, sus brazos o su pecho, encontrabas retratos, grupos de personas, gente sola en medio de la naturaleza. Lo curioso es que, si te concentrabas un poco más, podías verlas en movimiento, con una secuencia narrativa que los mejores escritores envidiarían.

El vagabundo estaba tan orgulloso de sus imágenes que quería destruirlas. Paradójico, pero comprensible, porque las historias ilustradas en El hombre (ilustrado) daban cuenta de una sociedad distópica, en que la tecnología hacía compañía a personas cada vez más solas.

Historias perturbadoras

En El hombre ilustrado, a través del vagabundo tatuado, Bradbury nos cuenta historias fantásticas, pero perturbadoramente verosímiles. Sus protagonistas son personas comunes y corrientes, que enfrentan situaciones distópicas asumiendo que es natural que estas ocurran. Algunos personajes se adaptan a ellas mejor que otros.

Por ejemplo, en una de las historias, un hombre queda infectado con una enfermedad que llena la boca y la nariz de sangre, y que te mata luego de un año entero de sufrimiento. Como no había cura en la Tierra, había que embarcarse en un cohete y desterrarse en Marte para no contagiar y matar a otros hombres.

En otra historia, todas las personas despiertan una mañana sabiendo que el mundo terminaría esa misma noche, pero que no acabaría ni por una guerra, ni por un ataque biológico ni por una bomba atómica. Simplemente terminaría. Lo sorprendente es que nadie se aturde ni se alarma porque el fin inesperado de la humanidad es asumido como lógico. “¿Qué harán las personas esta noche sabiendo que es la última?”, se preguntan los protagonistas. Nada especial: ir al teatro, cenar, acostar a los niños, ver televisión. Se dicen buenas noches, se tienden en la cama, se toman de las manos y duermen con las cabezas juntas.

Mirarnos al espejo

Curioso. El mundo fantástico de Bradbury es un mundo normal, es un mundo verosímil. Nuestra vida en cuarentena, bajo el manto de una enfermedad que tiene explicaciones científicas y racionales, parecía irreal. “La sensación de irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir, nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo”, leí hace en un diario español.

Claro, en pocas ocasiones la historia nos enfrenta a eventos que afectan directamente el destino de todo el planeta. Y eso es angustiante, pues nos hace sentir que no hay escapatoria. Es la misma angustia que la del vagabundo, que deseaba deshacerse de sus tatuajes porque todo el mundo quería ver las imágenes y, al mismo tiempo, nadie quería verlas.

¿Será que los tatuajes son nuestro espejo? ¿Y que las imágenes son tan desagradables que nos cuesta mirarnos? Alonso Cueto decía hace poco en este diario que los periodos de crisis ponen un espejo a las sociedades y a las personas para recordarnos quiénes somos. Yo añadiría que en los momentos difíciles es cuando se conoce de qué están hechas las personas, para bien y para mal.

No estamos ante el fin de la globalización. Estamos ante el comienzo de una nueva etapa, en la que, espero, habremos reordenado nuestras prioridades como individuos y como comunidad. Menudo desafío el que se nos ha puesto delante.

Texto de Cecilia O’Neill de la Fuente para El Comercio – Perú (GDA).

Una copia digital de ‘Las crónicas marcianas’ está en Marte

Cerca del polo norte de Marte yace la obra del escritor Ray Bradbury, otro gran escritor al que el cine no hizo justicia, esperando ser descubierta por alguien en el futuro. Una copia digital de Las crónicas marcianas, de Bradbury, junto con trabajos de otras leyendas de la ciencia ficción fue lanzada al espacio por la Nasa en 2007 en la nave espacial Phoenix, la cual tocó tierra sobre la planicie ártica marciana.

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La Sociedad Planetaria quería poner una cápsula del tiempo sobre el planeta rojo y buscó la autorización de Bradbury para incluir su novela futurística en un mini DVD que contiene temas literarios relacionados con Marte, arte y música, así como el nombre de 250.000 terrícolas.

Poco después de tocar suelo marciano en 2008, Phoenix tomó una fotografía de su plataforma en la que se ve el disco junto a una bandera de Estados Unidos. La nave espacial estuvo operando por cinco meses antes de congelarse.

Bradbury no vivió para ver la siguiente misión de la NASA a Marte: el aterrizaje del explorador Curiosity cerca del ecuador marciano programado para agosto de 2012 (el escritor murió el 6 de junio de ese mismo año).

Antes de la muerte del escritor, Lou Friedman, exdirector de la Sociedad Planetaria, preguntó a Bradbury si grabaría un mensaje en video sobre el futuro aterrizaje. Bradbury aceptó, pero la grabación nunca se realizó. Friedman ha propuesto un tributo: Renombrar el sitio de aterrizaje de Curiosity ‘Estación Conmemorativa Ray Bradbury’.

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Author: editor

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