Adiós a Adolfo Pacheco Anillo, el ‘Cantor de los Montes de María’

A los 82 años de edad, el compositor falleció en una clínica de Barranquilla. Perfil y homenaje.

La voz de Adolfo Pacheco Anillo, la más representativa del que una vez se llamó Bolívar Grande (que comprendía lo que hoy son los departamentos de Sucre, Córdoba, Atlántico y Bolívar) se apagó de manera definitiva.(Lea:Falleció el juglar Adolfo Pacheco tras accidente de tránsito)

Un accidente de tránsito que ocurrió el pasado jueves 19 de enero, en la misma vía, la Carretera Oriental, en la que hace 24 años se accidentó su compadre, paisano y cómplice musical, Andrés Landero, fue determinante para completar las afectaciones de salud que ya desde hace varios años venía padeciendo y, de esta manera, llegar al triste final a la 1 de la madrugada de este 28 de enero, en la Clínica general del Norte de Barranquilla.

Así y todo con las complicaciones de salud, Pacheco Anillo seguía con su rutina vertiginosa que lo ponía un día en su fina de San Jacinto, camino al corregimiento de Porqueras, otro en Baranoa, Atlántico, para llevarle alimento a sus gallos finos (una de sus grandes pasiones), cualquier otro para cantar en cualquier parte donde lo contrataran, o para ir a Barranquilla a sus visitas médicas.

No se quedaba quieto nunca. En plena pandemia y después de haber sido operado de emergencia por unas fallas cardiacas, tuvo fuerzas para asistir a un conversatorio virtual que organizó la Gobernación de Bolívar y debatir a Carlos Vives, otro de los contertulios, los orígenes de la cumbia y las razones para darle preponderancia al aporte negro en este ritmo por el hecho de haberle aportado la percusión con sus tambores.

“Sin llamador no hay cumbia”, decía y lo explicaba con lujo de detalles.

En San Jacinto, su tierra natal, estaban expectantes las 24 horas del día con la suerte del maestro y quizá el personaje más ilustre nacido en ese rincón de los Montes de María. (Lea:‘Hay Pacheco pa’ rato’: cumbia en homenaje al juglar de los Montes de María)

Las emisoras difundían sus cantos, los equipos de sonido de las casas repetían de manera incesante esas poesías cantadas que salieron de la cabeza del hijo de Miguel Pacheco Blanco y Mercedes Anillo un 8 de agosto de 1940. Un mural en una de las paredes de la casa que una vez fue de su propiedad, elaborado por un artista sanjacintero Álvaro Lentino y auspiciado por el órgano rector de la cultura en Bolívar, Icultur, recibía día a día la visita de muchos coterráneos que querían enviarle sus oraciones y la fuerza anímica necesaria para su recuperación.

El mural, que sólo registraba la figura sonriente del compositor, fue complementado con la frase célebre que todo habitante de esta población repite con orgullo en cualquier parte del mundo donde esté: “A mi pueblo no lo llego a cambiar ni por un imperio”, fraseología inmortal que recrea una de las estrofas de El Viejo Miguel.

Pero el destino tenía preparado su designio, y cuando se enteraron en su imperio que el rey había fallecido, las gaitas tocaron su lamento, los acordeones entonaron sus himnos, los niños empezaron a cantar los versos del Mochuelo, las décimas de Mi niñez y la partida del Viejo Miguel, como si con sus voces quisieran tejer esa hamaca grande que puso el nombre de San Jacinto a sonar en el mundo entero.(Además:El mundo del folclor se despide del maestro Adolfo Pacheco Anillo)

Un hombre grande

El nombre de Adolfo Pacheco Anillo ya está escrito con moldes de oro en el pentagrama musical de Colombia. Compuso más de 150 canciones en diferentes ritmos, como el chandé, la cumbia, el porro, el bullerengue, el paseaíto, el son, el paseo, el fandango, boleros, pasillos, entre otros, siguiendo ese camino que marcaron en las sabanas bolivarenses los antecesores, muchos de los cuales se agruparon en los Corraleros de Majagual, esa gran orquesta que reunió a lo más sagrado del folclor de la región.

Fue el más acérrimo defensor de esta parte del pastel folclórico del Caribe y se negó a aceptar esa castración cultural que le dieron al acordeón al circunscribirlo a cuatro ritmos: puya, paseo, merengue y son, y como sus mejores peleas las ganó con sus cantos, compuso varias canciones para llamar la atención del caso: La Diferencia, El Engaño y La Hamaca Grande, en la que con diplomacia y de manera poética hizo su reclamo:“Y conseguiré, a un indio faroto y su vieja gaita que solo cuenta, historias sagradas que antepasados recuerdo’ esconde, pa’ que hermosamente toque, y se diga cuando venga, que también tiene leyenda, cual la de Francisco El Hombre”.

Todas estas disertaciones también las hizo de manera escrita con sus columnas que tuvo en los diarios El Espectador y en EL TIEMPO.

Como buen hiperactivo, como él mismo se defendía, siguió a cabalidad los preceptos del excampeón mundial de ajedrez, Emmanuel Lasker: “La vida es muy corta para dedicarla a una sola cosa”, frase que se ha convertido en su caballito de batalla cuando le preguntan por sus múltiples ocupaciones: compositor, abogado, gallero, beisbolista, mánager, investigador, cooperativista…en fin, todo lo que tenía a su alcance.

Esa hiperactividad dice haberla heredado de su padre , a quien en San Jacinto le decían el ‘cincuenta negocios’, porque quería estar en todos y en todos estaba: un salón de baile llamado San Andrés, una cantina que se llamó El Gurrufero, una tienda, una tostadora de café, una piladora de maíz .

En el alma, para Pacheco, su padre solo era un músico frustrado que tuvo el atrevimiento de ponerle serenata a su esposa, Mercedes Anillo, con Toño Fernández y su gaita.

Pacheco fue un gran investigador de las raíces folclóricas, un poeta que le aportó al canto popular versos célebres que quedarán como su impronta por los siglos de los siglos, como ese que sirvió como respuesta a una joven negra que fue mancillada por su patrón sin su consentimiento y la embarazó: “Consuélate niña mía con el ejemplo de Dios, y sueña que te pasó como a la Virgen María”, en la cumbia ‘Cuando lo negro sea bello’.

La vocación lectora del compositor sanjacintero también fue un contraste: leyó, sin recato, tanto el manifiesto económico derechista y líder de la falange española, José Antonio Primo de Rivera, como la poesía y narrativa social de García Lorca.

Pacheco también podía demorar meses hablando sin parar sin que su audiencia se aburriera

En la cumbia No es negra es morena (se oyeron gritos de fiesta/cuando cantaba soledad), dice Pacheco que se nota la influencia que tuvo García Lorca en sus versos, especialmente en la musicalidad del poema La muerte de Antoñito el Camborio (“voces de muerte sonaron/cerca del Guadalquivir”).

La fascinación de sus escuchas debe hacerse evidente desde que empieza a contar sus recuerdos y su trasegar a un costado de la poesía, desde la época del colegio de banquitos de la seño ‘Crucita’, su paso por el colegio de Pepe Rodríguez, las lecciones que recibía de su madre Mercedes Anillo con la cartilla Alegría de leer y la poesía de Bécquer, el salto a Cartagena al colegio Fernández Baena, donde aprendió, de manos del profesor Alfonso Parra París, la historia patria del hermano Justo Ramón y las filigranas que se podían tejer con el abecedario.

Un arsenal de anécdotas

Hablar con ese gran maestro que fue Adolfo Pacheco era un estado espiritual como para espantar demonios y atraer la alegría. Sus dos últimos conversatorios, en Cartagena y El Carmen de Bolívar en el Festimaría, fueron de más de 3 horas y casi nadie se levantó de su silla.

Tenía un sinnúmero de historias y cuentos que parecían inagotables, pero en realidad eran solo un pequeño arsenal de anécdotas que tenía recopiladas en sus más de 60 años de trasegar folclórico. Una de las contadas en esos conversatorios tenía que ver con ese otro legendario músico sabanero, Enrique Díaz, a quien Pacheco le increpó, de manera cordial por no darle crédito en la hermosa cumbia ‘Teresa’, que grabó el Tigre de Maríalabaja, para lo cual obtuvo una respuesta que todavía lo hacer reír a mandíbula suelta.

–Vea, compae Adolfo, usted no tiene cabeza para hacer una cumbia así. Eso es de Landero, le dijo el famoso acordeonista.

También habló les contaría de sus veleidades políticas en las que se ha mecido a lo largo de su trayectoria: conservador de cuna, herencia de su madre Mercedes Anillo quien le puso el nombre de Adolfo en honor a Hitler; y de su padre, el Viejo Miguel, quien seguía la línea del ultralaureanista Dimas Solano, político de San Jacinto, quien decretaba toque de queda en San Jacinto cuando el Generalísimo Franco lo hacía en España. “Oye, Miguel Pacheco, Los Beatles triunfando en el mundo y tu hijo Adolfo tocando con Landero en El Difícil, El Algarrobo y en Plato”, le decía Solano a Miguel Pacheco a manera de desquite cuando supo que no iba a votar por él.

Después, el autor de ‘La hamaca grande’ se volvió ‘izquierdoso’ y perteneció al MRL de López Michelsen, en San Jacinto fundó cooperativas y compuso emblemáticas letras como ‘Cantó mi machete’, que cuestiona la explotación de que era objeto el campesinado.

Este trabalenguas político de Pacheco llegó hasta los oídos de Daniel Samper Pizano y del famoso cantante español, Joaquín Sabina, quien interrogó al compositor sanjacintero, en un evento de clausura del Hay Festival, sobre esos movimientos que en su país llamaban ‘voltearepismo’, a lo que el aludido respondió: “en San Jacinto, a quien hace eso le dicen es pastelero, y yo me considero un gran pastelero”.

De su obra, Pacheco también podía demorar meses hablando sin parar sin que su audiencia se aburriera. Variopinta y de autoexigencia gramatical, Pacheco jamás utiliza una palabra incorrecta, un verbo mal ubicado o un adjetivo meloso. Por ejemplo, conoce los pequeños detalles que hace la diferencia entre un trovero y un trovador, es sabio para utilizar en el sitio exacto una metáfora o un símil (…sus caderas, sus cachetes, le crecen, su pecho brilla como dos velas prendías), y es pródigo en la refranería y dichos populares (…el que me la hace el 15 me la paga el 16).

A la hora de su fallecimiento dejó quince canciones grabadas, tres de ellas inéditas

Compuso 16 cumbias, conoció el son de primera mano con el creador de este ritmo: Pacho Rada, y como tal ha compuesto varios como ‘El bautizo’, ‘Mercedes’, ‘Serenata’; maneja el merengue con una sapiencia tal que uno de los suyos: ‘El Viejo Miguel’, es considerado el mejor de todos los tiempos. También ha compuesto boleros, sones cubanos, pasillos y bambucos, y jamás se ha escuchado que ha tomado ‘prestadas’ letras o melodías de otros compositores para aumentar su repertorio.

Y en este aspecto, su honestidad fue tanta que me confesó hace algún tiempo que no le gusta cantar mucho la cumbia ‘La Mojana’ ( banda sonora de la película ‘La boda del acordeonista), porque se dio cuenta que en su inicio tiene algunos acordes parecidos a la canción ‘Mi Buenaventura’.

Y como nunca se quedó quieto, a la hora de su fallecimiento dejó quince canciones grabadas, tres de ellas inéditas, que tenía pensado lanzar con el libro autobiográfico que le editó la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla. Paz en la tumba de El Cantor de los Montes de María.

Juan Carlos Díaz Martínez

Especial para EL TIEMPO

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Author: editor

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